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18e FIRN

Black is Beltza

El invierno rojo de Muguruza

[Revista Metrónomo] Una reflexión sobre la música en la actualidad debe estar atravesada por la falta de tiempo o por la sensación de pérdida del tiempo. Escuchar el disco To Pimp a Butterfly (2015) de Kendrick Lamar es en realidad un viaje al jazz y al funk del pasado en la nave intergaláctica del hip-hop actual; y los discos de los Meridian Brothers son lecturas distorsionadas, exóticas, de la salsa y la música andina colombiana. Se trata de un fenómeno inherente a la música y las artes: más allá de Bach y su interpretación de la música barroca italiana, francesa y alemana, ha existido el robo creativo, las interpretaciones eclécticas, la suma de elementos nostálgicos o simplemente pertenecientes a un tiempo ya ido. Sin embargo, en el siglo XXI, luego del Y2K, el público en general, los periodistas y los mismos músicos parecen estar más conscientes del paso del tiempo y, sobre todo, de la cercanía de los artistas del pasado con la música que hacemos y escuchamos. Es el fin de la historia (también en términos musicales).

Pero hay otro tipo de sensación del paso del tiempo, el de no haber podido asistir a un evento determinado: a la formación de una escena, a un concierto legendario. Seguramente ir al CBGBs en Nueva York debe ser como ir a un museo aséptico, desterrado, estático en el tiempo. Seguramente, también, los espectadores van a medir la distancia que los separa de los conciertos de Patti Smith, Television y los Ramones. La música no solo sirve para medir los segundos del día, las horas del rezo, también mide la lejanía o la cercanía con otros pueblos.

Así es como me siento con respecto a Fermin Muguruza, el legendario cantante vasco que vendrá a la Feria del Libro de este año a presentar su cómic Black is Beltza. Ni siquiera había nacido cuando Kortatu, primera banda en que militó, ya estaba predicando sobre la hazaña de haber liberado a dos presos políticos en un amplificador enorme, en la canción “Sarri, Sarri”; el día de la grabación de poderoso álbum en vivo de Negu Gorriak, Hipokrisiari Stop! Bilbo 93-X-30, apenas estaba cumpliendo cuatro años, disfrazado de pirata en el comedor de la casa. Y, cuando el grupo Fermin Muguruza eta Dut tocó un discreto concierto en Bogotá a principios de la década de 2000, para mí todos esos nombres en euskera no significaban nada.

Luego, ese apellido y las palabras en un idioma incomprensible se haría reconocibles, pero no articulables por mí. El euskera, como una isla, se nos rebelaba a mis amigos y a mí, precisamente como un idioma rebelde, indomable. (Un amigo de Barcelona me cuenta que cuando los romanos llegaron a Euskadi, no pudieron conquistar esa tierra inhóspita, pues no solo eran los hombres los que peleaban contra los enemigos, sino que las mujeres y los niños les lanzaban lanzas y piedras desde el borde de los Montes Vascos). Sin embargo, con la música de Kortatu, de Negu Gorriak y del solista Fermín Muguruza sí nos podíamos relacionar, pero solo de forma tardía; nos faltaba el tiempo. Éramos demasiado jóvenes, y escuchábamos esa música frenética a través del poco tiempo que nos separaba de ella. Pero, a diferencia de la nostalgia por la era de Woodstock, esa distancia temporal era ridícula, comprendía unos pocos años.

Kortatu, el primer grupo de Muguruza y su hermano Iñigo, había nacido gracias a la escucha atenta de The Clash: a partir de la mezcla de ska, punk y reggae del grupo inglés, los hermanos Iñigo y Fermín Muguruza dotaron de identidad al rock vasco y español, lo conectaron con lo que pasaba en el resto de Europa y en Latinoamérica en términos musicales. El grupo cantó en español y en vasco y se convirtió en referente de un movimiento que se llamó “Rock radical vasco”, del que también hicieron parte grupos insignia como Eskorbuto y La Polla Records.

La música de Negu Gorriak va mucho más lejos: se trata de una discografía con conexiones culturales e ideológicas más amplias. El poderoso y vertiginoso hardcore de la banda se encontró varias veces con el rap, la salsa, el dub, las músicas folklóricas, a lo largo de discos perfectos, hilados con destreza. Además, lo que a veces podía ser visto como una visión política ingenua de Kortatu, dialoga de forma directa, en las letras de Negu Gorriak, con historias locales, con la literatura de Brecht, con las poesías de otros pueblos. En estos discos, la voz de Juan Rulfo entra a dictaminar el tema de la muerte; el nombre de Malcolm X conecta la historia de Euskadi con la de las comunidades negras en los Estados Unidos; las historias legendarias sobre la Conquista de América hablan de indígenas guerreros al ritmo de un punk desenfrenado. Las ideas de izquierda, en discos como Ideia Zabaldu (“Expandir la idea”) o Borreroak Baditu Milaka Gurpegi (“El verdugo tiene mil caras”) se vistieron de melancolía, de ritmos latinoamericanos, de poder sobrenatural.

Una última etapa musical en solitario también ha sido fuente de riqueza musical. Desde finales de los noventa, la música del cantante vasco ha venido tomando un tinte mucho más internacional. En discos como Brigadistak Sound System o FM 99.00 Dub Manifest, Muguruza hace un repaso del jungle, el dub, la salsa, el reggae y el ska, a la manera de su camarada Manu Chao. La sensación de un viaje musical también es fuertísima en estos discos, y en especial en ese primero, el Brigadistak Sound System; en él, Muguruza toca con bandas de todo el mundo en distintas ciudades: Roma, Tijuana, La Havana, Caracas, junto con la Banda Bassotti, Tijuana No!, Los Van Van y Desorden Público respectivamente.

Sin embargo, estos proyectos no serían nada sin todo un panorama de gestión y colaboración llevada de la mano por el mismo Muguruza. Si bien, su carrera es un punto de referencia musical, también lo es desde la gestión cultural, la escritura y la creación de productos culturales que dan cuenta de otros ámbitos. Esto lo demuestra el documental Checkpoint rock: canciones desde Palestina, en el que Muguruza funge de director; se trata de un recorrido musical y político por un país afligido y sin territorio. La escritura de columnas periodísticas en el diario Egin también se volvió una herramienta para construir pensamiento y consciencia. Es este panorama de referentes, sumados a un sinfín de colaboraciones con artistas de Lationamérica, Medio Oriente, Asia y Estados Unidos, los que han vuelto al artista una fuerza centrífuga de espectros culturales.

Dos de sus últimos proyectos son de los más interesantes. El primero Zuloak, es un falso documental sobre una banda femenina de rock. La película no solo habla de música, sino de todo lo que la rodea: la industria discográfica, las disputas internas, el machismo de la escena del rock. El segundo, Black is Beltza, es la perfecta excusa para tener a Muguruza de vuelta en Colombia. El cómic hace un verdadero mapa de los movimientos de izquierda y contraculturales en el mundo: a través de un personaje sin nación, Muguruza nos acerca a la literatura de Juan Rulfo, a las contradicciones de la revolución cubana, a la exuberancia del rock psicodélico estadounidense. Más que una narración, es un catálogo cultural, un muestreo de un mundo complejo, siempre cambiante.

Es por ello que la publicación de la novela gráfica Black is Beltza también va en esa dirección cercana al periodismo, a la crítica cultural: además de ser un gran acierto narrativo, es un texto ideológico que vincula países sin nombre, desterrados, a partir de una política libertaria. ¿En qué medida no son todos estos discos, libros, textos, películas, bandas ficticias, especies de manifiestos políticos y artísticos ?. Muguruza está cerca de personajes como Patti Smith o Yukio Mishima, no solo artistas, sino puntos de conexión entre constelaciones culturales y políticas, en este invierno rojo o cruento de la cultura.

Black is Beltza

Literaldia

21 | dt | 19h | Lectura projectada
Black is beltza
Lectura projectada del còmic amb la Banda Sonora Original i posterior xerrada amb Fermin Muguruza
Gratuït / Doan

Black is Beltza

Black is Beltza Barcelona