Parecía cuestión de tiempo que un par de personajes tan inquietos como Fermin Muguruza y Raül Fernández Refree acabaran coincidiendo. Ya compartieron escenario en 2002, cuando ambos participaron en el concierto colectivo The Rockdelux Experience, pero lo que seguramente nadie esperaba es que su primer proyecto conjunto fuera “Guerra”, una obra de teatro multimedia en la que formaron trío con Albert Pla. Durante la gira de aquel espectáculo, Fermin ya andaba dándole vueltas a “Black is Beltza”, un proyecto que imaginó como novela gráfica (coescrita con Harkaitz Cano y dibujada por Jorge Alderete), pero que no tardó en desbordar los límites del formato para convertirse en lo que es actualmente, un “artefacto transmedia” que ha crecido en múltiples direcciones: exposiciones, laboratorios sonoros, conferencias, actuaciones, talleres, intervenciones artísticas y, como colofón, una ambiciosa película de animación.
Precisamente ha sido la banda sonora de “Black is Beltza” lo que ha vuelto a unir a Fermin con Raül, que firma algunos temas del soundtrack, además de ejercer de arreglista y productor. El artista catalán ha sido el médium a través del que Muguruza ha canalizado todas las ideas que se agolpaban en su cabeza al imaginar el acompañamiento musical de las imágenes, que cuentan una historia que va Nueva York a Cuba, pasando por México, Argel o Montreal, y que se ambienta en la convulsa segunda mitad de los sesenta. Tal cantidad de escenarios y personajes exigía otros tantos ritmos, géneros e intérpretes, y tanto Fermin como Raül han echado mano de sus respectivas agendas para reunir un elenco difícilmente igualable.
Del rescate de The Velvelettes a las voces singulares de Iseo o Anari. Del guiño retrospectivo a Negu Gorriak a la personalidad arrolladora de Maika Makovski o Ana Tijoux. Del camarada Manu Chao a los fabulosos Sonido Gallo Negro. Es fácil convertir los proyectos de Fermin en un deslumbrante e interminable name-dropping, pero más allá de las distintas aportaciones que integran la banda sonora, el discurso sonoro es sólido en su diversidad, porque cada contribución suma, y todas convergen en el objetivo último de articular una mirada poliédrica, pero coherente. Como maestro de ceremonias, Muguruza se luce modulando un repertorio marcado por el protagonismo coral, que deriva en viaje musical salpicado de diálogos, sonidos de ambiente o breves cuñas de carácter atmosférico, claves para que el oyente se sitúe en el contexto de los personajes y la historia, incluso más allá de los fotogramas del film.
Al final, ese artefacto multimedia al que pertenece el disco, que revisita lugares recurrentes en la trayectoria de Fermin, no es otra cosa que una metáfora de su propia obra, construida a base de temas interconectados, vínculos históricos y artísticos, complicidades personales y una actitud insobornable que, de nuevo, recorre cada corte de “Black is Beltza” como seña de identidad de un artista que no entiende la creación si no va indisolublemente ligada al compromiso. Como Raül. Por eso se han entendido tan bien.
Eduardo Guillot