Portales de resistencia
La Agenda – Buenos Aires [Alejandro Lingenti] ➝
Fermín Muguruza es realizador y una figura central del rock radical vasco que prioriza la música en sus films. Black is Beltza II: Ainhoa, su último largometraje, acaba de estrenarse en el país.
Black is Beltza II: Ainhoa es un viaje. Largo, intenso, con permanentes saltos en el espacio y el tiempo, y la lógica interna de no atarse a ninguna lógica, lo que le permite avanzar con una libertad inusitada. La película de Fermín Muguruza, que se acaba de estrenar en Argentina, tiene espíritu punk y un compromiso político declarado con muchas de las causas más emblemáticas de la izquierda y el progresismo. Es la continuación de una historia que se inició en 2018, con Black is Beltza, un primer largometraje protagonizado por Manex Unanue, personaje de ficción que se desempeña como encargado de la portación de uno de los gigantes típicos de las comparsas de Pamplona en las celebraciones de San Fermín, queda envuelto primero en un caso de discriminación racial y luego se pierde en una trama anárquica donde hay alianzas entre los servicios secretos cubanos y los Black Panthers, disturbios raciales derivados del asesinato de Malcolm X, un toque de la excentricidad de la Factory de Warhol y otro de la psicodelia y el hippismo que dominó los primeros grandes festivales de música. Ese periplo por los años 60 y los 70 es el prólogo de otro que a finales de los 80 empieza una jovencita morena llamada Ainhoa en busca de sus raíces. Arranca en el País Vasco y termina llegando a Líbano, Afganistán y Marsella. Son los últimos años de la Guerra Fría, y Ainhoa se mezcla con el mundo del narcotráfico y descubre pactos siniestros en los que están involucrados políticos sin principios ni conciencia. Busca ansiosamente las huellas de Manex, su padre. En definitiva, todo el argumento de estas dos películas de animación, que toman como base al de una novela gráfica escrita por el propio Muguruza y Harkaitz Cano, gira en torno a los temas que siempre le interesaron a este hombre de 59 años al que, además, le gusta bastante descolocar. En 2017, por citar un ejemplo al azar, sin que hubiera ninguna señal que lo hiciera sospechar, Fermín editó B-Map 1917 + 100, un disco en colaboración con el dúo catalán de electrónica The Suicide of Western Culture en el que recuperó el ideario de la Revolución Rusa y localizó diez zonas de conflicto en ciudades cuyo nombre empieza con B. Ese ademán excéntrico lo hizo la misma persona que muchos argentinos conocieron de cerca y más joven como cantante de Negu Gorriak, una poderosa banda vasca que tocó en Cemento y tiene en su historial una herida de batalla que al final terminó luciendo con orgullo: el primer caso de denuncia por el contenido de una letra en España desde la caída de la dictadura de Franco. La historia de “Ustelkeria” es también de película: la traducción del título es “Podredumbre”, y la canción, cargada de la rabia habitual de la banda, se transformó en leyenda por la demanda judicial del teniente coronel de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, ofendido por el contenido, que lo presentaba como un cómplice del narco. El recorrido judicial fue ridículamente extenso: la demanda fue iniciada en 1993 y la sentencia definitiva se dictó ocho años más tarde. Ganó Negu Gorriak, por suerte y en honor a la justicia, y la celebración fue épica: dos conciertos históricos, uno en Bayona, ante 4.000 espectadores, y el otro en el velódromo de Anoeta, en San Sebastián, donde hubo 13.000 personas, más la reedición de Ustelkeria, un compilado de singles y rarezas donde obviamente aparece el tema en cuestión.
Fundador de Kortatu con su hermano Iñigo, Fermín Muguruza es una figura central del rock radical vasco, un pionero en la introducción del ska y el dub en la escena española y un artista ávido por desplegar las alas: como solista amplió sus intereses sonoros hacia el funk, el hip hop, el reggae e incluso la salsa. Discípulo de Joe Strummer, siempre cultivó un perfil contestatario y sus visiones políticas se plasman también en su cine.
“La sala Apollo y el soul, Muhammad Alí flotando como una mariposa y picando como una abeja, Cuba y sus ritmos yorubas, México y el infinito Juan Rulfo, Los Ángeles y Tin Tan, el festival de Monterey y la final de bertsolaris de Xalbador, San Francisco y el Black Power, la Expo de Montreal y Charles de Gaulle, Argelia y Cheikha Rimitti, Madrid bajo la decrépita dictadura franquista y la presencia del Che, siempre el Che”: la metralleta de referencias que Muguruza suelta a la hora de describir el universo que disfruta explorar revela su perfil ideológico. Es un sujeto político conformado a partir del apego a ciertas ideas de la modernidad que, dicen muchos teóricos, sucumbieron con la caída del Muro. Y como tal sabe de la telaraña de conspiraciones que cubrió los tiempos de la guerra sorda entre la KGB y la CIA. “En una de mis visitas a Cuba escuché la historia del operativo encubierto de la inteligencia cubana para ayudar a uno de los movimientos con los que la revolución encabezada por Fidel Castro simpatizaba, el de los Black Panthers -recuerda Muguruza-. Después me topé con una fotografía tomada en New York en 1965 donde aparece la comparsa de los gigantes de Pamplona desfilando por la 5ª Avenida. En el pie de esa foto se podía leer que se les prohibió expresamente la participación en el desfile a los dos gigantes negros. De inmediato supe que era un buen disparador para contar una historia”. Esa es la previa, el origen de la saga Black is Beltza, entonces. La primera de las dos películas se puede ver en Netflix, como complemento de esta que ya pasó por el Festival de Sebastián en septiembre y ahora ha desembarcado en cines de Buenos Aires y Rosario. Es mejor verlas en orden, pero la inversión no altera tanto el resultado: ver Ainhoa primero apenas convierte a Black Is Beltzaen una virtual precuela, algo a lo que estamos cada vez más acostumbrados como espectadores de cine comercial.
La afición de Muguruza por el cómic es de larga data. Una primera pista se remonta hasta una canción de los inicios de Kortatu, “Don Vito y la revuelta en el frenopático”, referencia explícita a una historieta que llamó su atención como lo hicieron la revista americana Heavy Metal y el clásico del manga Akira. En aquellos años mozos con Kortatu, un grupo cuyo nombre le rinde homenaje a un “mugalari” de la ETA (los militantes de la organización vasca que se encargaban de ayudar a otras personas a cruzar la frontera franco-española), Fermín tenía contactos con la gente de la mítica revista española de historietas El víbora, nacida a fines de los 70 y viva hasta el 2005. También ha declarado más de una vez su admiración por Ghost in the Shell, la virtuosa cruza de manga y ciencia ficción que se extendió en tres películas y una serie de dos temporadas. Y por Vals con Bashir, la singular película de animación “documental” con la que el israelí Ari Folman ganó varios premios importantes (entre ellos el Globo de Oro) y cosechó un elogio prácticamente unánime de la crítica internacional. Black is Beltza tiene conexiones estéticas manifiestas con este film de Folman. Y tiene, otra vez, a la música como personaje. Además de entronizar con justicia a Otis Redding, Muguruza armó de nuevo una banda sonora verdaderamente magnética, con temas de Kortatu y Negu Gorriak, claro, pero también de Mikel Laboa, Massilia Sound System y The Pogues. Antes, para la primera película, había trabajado codo a codo con Refree, uno de los productores del momento en España, colaborador de Rosalía, indiscutiblemente la invitada de lujo en aquel soundtrack al que también aportaron Ana Tijoux, Sonido Gallo Negro y Manu Chao. “Ainhoa no la podría haber hecho un director de cine que no fuera músico”, asegura Muguruza como para que no queden dudas de cuál es su imaginario. Parte de los insurgentes de sus ficciones son artistas populares de países como Afganistán, Palestina, Líbano y Cuba.
Por otra parte, toda la película es cubierta por la sombra de su hermano Iñigo, menor que él, también artista y fallecido hace tres años afectado por una aguda esclerosis lateral amiotrófica, la misma enfermedad degenerativa que sufrió Stephen Hawking. Iñigo era el defensor más entusiasta de la etapa en la que Negu Gorriak incorporó el sonido latino a su música y salió de gira con Todos Tus Muertos. Y un socio clave para Fermín. Tanto que luego de su muerte dejó de aparecer en público un buen rato y decidió “dejarlo todo”, como sintetiza él cuando viaja con la memoria hacia ese momento doloroso. “Siempre he tenido una gran armadura que me ha protegido, pero se hizo añicos con la muerte de Iñigo”, confiesa. Hubo tres años sin música ni palabras, hasta que terminó esta película que dice todo lo que se guardó en este tiempo de introspección y que, en la faena de la promoción, lo recupera como afilado polemista, un estatus del que hace gala cuando opina que el exitoso libro de Fernando Aramburu Patria, también convertido en una serie con mucho suceso, “cuenta mentiras y pinta a los etarras como zombies e imbéciles” y recalca que quiere morir por eutanasia con un motivo más que atendible y del que hay pruebas: “Siempre creí en la autogestión, tanto en la vida como en la muerte”.